Los felices años 20 y la Gran depresión económica de 1929

Los felices años 20

Estados Unidos será precisamente el gran protagonista de un sostenido despegue económico que comenzará a dar frutos desde mediados de la década de 1920. Esta época, conocida como los “felices años veinte”, se caracterizará por el aumento vertiginoso de la producción de bienes de consumo, la aparición del crédito como el principal mecanismo para asegurar el acceso de la población a estos productos y la masificación de la especulación bursátil, práctica que mediante la compra y venta de acciones de grandes compañías facilitaba la acumulación de dinero a quienes contaban con cierto capital financiero.

El aumento de la producción industrial estuvo directamente vinculado a la mecanización y reorganización de los procesos productivos. En esta década, los hogares de la pujante clase media comenzaron a poblarse de refrigeradores, lavadoras de ropa, ventiladores, planchas eléctricas, radiorreceptores y una serie de productos que modificaron para siempre los ritmos de la vida doméstica. También se masificó el uso del automóvil, el que dejó de ser un bien exclusivo de la élite para convertirse en símbolo de las nuevas formas de producción y de las facilidades que el mercado entregaba para el consumo.

Así, la mayor disponibilidad de bienes tuvo como consecuencia la disminución de los precios, lo que estimuló las ansias de consumo de la población. A esto también contribuyó el desarrollo de la publicidad, que utilizó la prensa y la radio para promocionar los nuevos productos. En este escenario, el sistema de compras a plazo comenzó a cumplir un papel gravitante. Si bien los sueldos de los trabajadores no aumentaron considerablemente durante la época (se calcula que entre 1923 y 1929 no subieron más que un 8%), el acceso al crédito facilitó el consumo y justificó los elevados índices de producción industrial. El clima de estabilidad general y la noción de una prosperidad económica sin límites parecían haber desterrado el miedo al endeudamiento.

Esa misma confianza parecía existir en el mundo de las finanzas, donde ahora no solo participaban los grandes capitalistas, sino cualquier ciudadano que tuviera algo de dinero para invertir en acciones. La especulación se convirtió en una práctica cotidiana que prometía fáciles ganancias.

Los no tan felices años 20

La sostenida bonanza económica en Estados Unidos no beneficiaba a todos por igual. Los campesinos, por ejemplo, vivieron una década de total estrechez como efecto de la persistente baja en los precios de los productos agrícolas. Este descenso se explicaba por la creciente mecanización de las actividades del agro, que aumentó la disponibilidad de comestibles a niveles que la demanda interna no podía absorber. A ello se sumaba la recuperación de la agricultura europea luego de la guerra y el ingreso al mercado mundial de nuevos países –Rusia y Argentina, por ejemplo– que copaban los eventuales destinos de exportación. Así, no era raro que las remuneraciones de los peones agrícolas estuvieran muy por debajo de la mitad del sueldo promedio de los obreros industriales.

La población negra tampoco disfrutaba de los beneficios de la prosperidad general. Destinados a asumir los trabajos peor remunerados y a vivir en condiciones paupérrimas, debieron además soportar el acoso del Ku Klux Klan, cofradía racista que se ocupaba de perseguir, azotar y linchar a miembros de la comunidad negra, principalmente en el sur del país. Se calcula que hacia 1924 el Ku Klux Klan congregaba alrededor de cinco millones de miembros.

La década de 1920 estuvo también marcada por la violencia y corrupción asociadas a la mafia y los gánsteres. Estos actores irrumpieron en la escena estadounidense luego del establecimiento de la “ley seca” (1919), medida que prohibió la fabricación, comercialización e ingesta de todo tipo de bebida alcohólica. Lejos de desterrar el consumo, la resolución terminó estimulando la aparición de un mercado clandestino con destilerías y locales ilegales. Mientras productores y traficantes defendían sus dominios con bandas de gánsteres que instalaban la violencia y el crimen organizado, la policía y las autoridades daban luz verde al contrabando, incentivados por una red de sobornos que incluso llegó a altas esferas de gobierno. La medida fue derogada en 1933.

La Depresión de 1929: la caída de Wall Street

Los felices años veinte tuvieron un abrupto fin el 24 de octubre de 1929, cuando el mercado de acciones de Nueva York se desplomó ante la incredulidad de los estadounidenses y del mundo. Al advertirse los primeros signos de contracción en las transacciones comerciales, los inversionistas mejor informados comenzaron a vender sus acciones antes de que los precios descendieran en exceso. Esta señal despertó las sospechas en el mercado y otro número importante de accionistas hizo lo mismo. La repentina venta hizo cundir la incertidumbre y todos quienes habían invertido dinero en la bolsa quisieron deshacerse de sus títulos, instalándose un ambiente de desconfianza en el que ya nadie estaba dispuesto a invertir. Con la excesiva oferta, los precios de las acciones cayeron drásticamente y los inversionistas no tuvieron más opción que entregar sus acciones por montos que resultaban irrisorios al ser comparados con los valores iniciales de compra. Las pérdidas fueron millonarias y nada pudo detener la debacle. Aquel fatídico 24 de octubre –recordado como el “jueves negro”– más de 12 millones de acciones fueron prácticamente botadas al mercado. El espejismo de la prosperidad había llegado a su fin.

El episodio del “jueves negro” no fue más que la expresión de una crisis fraguada por años. La especulación generalizada solo tenía como respaldo las expectativas y la sensación de seguridad de quienes participaban en el mercado. Como en un principio el negocio parecía fácil y rentable, más personas se mostraron interesadas en invertir, subiendo artificialmente el precio de las acciones. Los ciudadanos comprometían sus ahorros, pedían dinero prestado e incluso los mismos bancos especularon con los depósitos de sus clientes. Pero solo bastaría una señal en contrario para que la sensación de seguridad se desplomara.

Asimismo, hacia fines de la década de 1920 la producción industrial había llegado a su techo. Las utilidades del primer despegue y el uso de nuevas técnicas estimularon la ambición de los industriales que mantuvieron, durante años, altas tasas de producción. Al cerrarse la década y al ver que la oferta de productos sobrepasaba la capacidad de compra del pueblo estadounidense, optaron por reducir la producción. Esta decisión supuso el despido de un número importante de trabajadores que al no contar con recursos, dejaban de operar como consumidores. De esa forma, se paralizaban las transacciones y se detenía el ciclo.

Por lo demás, durante los años veinte el aumento de los salarios fue considerablemente bajo en relación con las ganancias del sistema económico. Mientras las remuneraciones de los obreros no subieron más que un 8%, las ganancias industriales superaron el 70%. Esta desigual distribución del ingreso mantuvo la capacidad de consumo de la población en niveles bajísimos, cuestión que si bien pudo subsanarse inicialmente gracias al crédito, a la larga tuvo un efecto innegable en el desarrollo de la crisis.

Las consecuencias de la caída de Wall Street se hicieron sentir rápidamente. A los pocos días todos los inversionistas que habían pagado altas sumas por sus acciones estaban totalmente arruinados. Similar suerte corrieron los acreedores, pues ya nadie estaba en condiciones de restituir los préstamos concedidos en la época dorada del negocio. La debacle también afectó a miles de instituciones bancarias que habían participado activamente de la especulación. Las pérdidas asociadas al hundimiento de los precios se vieron agravadas tras la avalancha de clientes que acudieron a retirar el dinero de sus cuentas: imposibilitados de hacer frente al escenario, un altísimo número de bancos debió cerrar sus puertas definitivamente, con lo cual millones de ciudadanos perdieron los ahorros de toda una vida.

La contracción económica se hizo sentir también en el sector productivo, tanto industrial como agrícola, ya que los bajos niveles de demanda obligaron a disminuir la producción en las fábricas y a despedir personal. Muchas industrias se cerraron y, a su vez, millones de campesinos perdieron sus tierras al no poder cancelar sus préstamos, debiendo emigrar para no morir de hambre. En este contexto, se hizo frecuente ver en las ciudades largas filas de hombres y mujeres esperando recibir comida en las cocinas de la caridad. El desempleo, un mal crónico desde el fin de la guerra, llegaba ahora a niveles espeluznantes y la frustración cundía como una verdadera epidemia psicológica.

El impacto internacional de la Crisis de 1929

La crisis fue una ocasión que confirmó, una vez más, el protagonismo de Estados Unidos en la marcha de la economía mundial. Si durante la década de 1920 su prosperidad había marcado la pauta del despegue europeo, también lo hará su derrumbe a partir de octubre de 1929. Ninguna economía permaneció ajena al nuevo escenario y, hacia 1930, la caída de la bolsa de Nueva York era ya un fenómeno de alcances mundiales.

La expansión de la crisis se explica porque desde el fin de la guerra, Estados Unidos se había convertido en la principal fuente de recursos –vía empréstitos– para diversas naciones del mundo. Ello generó una excesiva dependencia que se hizo patente cuando la economía estadounidense decidió suspender la asistencia financiera y exigir el pago de los compromisos pendientes para enfrentar el colapso financiero. Tal decisión resultó fatal para aquellos países que, como Alemania, confiaron sus procesos de reconstrucción material a la ayuda extranjera. Asimismo, las nuevas condiciones económicas contrajeron el comercio internacional: la menor capacidad de compra hizo disminuir la importación de manufacturas, lo que sepultó miles de empresas en el mundo entero. Países exportadores de materias primas, como Chile, se vieron afectados, pues la caída en las ventas impidió la recuperación de dinero para la importación de productos elaborados. Debieron, entonces, generar industrias propias para satisfacer la demanda local y atenuar la dependencia de los ciclos mundiales.

En la práctica, la desaceleración del comercio exterior tenía que ver con la aplicación –por parte de los distintos gobiernos– de una serie de medidas proteccionistas orientadas a favorecer el mercado interno. El Estado, que mediante estas medidas cobraba un protagonismo importante regulando detalladamente la marcha de la economía, se distanciaba así de los principios del liberalismo económico, el laissez faire, según el cual los gobiernos debían abstenerse de intervenir o alterar el “normal” funcionamiento del mercado.

 El New Deal y el nuevo protagonismo del Estado

La llegada del demócrata Franklin D. Roosevelt a la presidencia de Estados Unidos en 1933, marcó un giro importante en la búsqueda de una salida a la apremiante situación económica del país. A diferencia de lo realizado por su antecesor, el republicano Herbert Hoover (1929-1933), Roosevelt impulsó una serie de medidas que involucraron directamente al Estado mediante un fuerte plan de inversión y gasto fiscal. Este conjunto de reformas, conocidas como el New Deal (nuevo trato), buscaba socorrer a quienes habían resultado más afectados por la crisis, reactivar la economía aplicando estímulos a la producción, la demanda y el empleo, y reformar el sistema económico con el fin de evitar cataclismos financieros similares al de 1929.

Aun cuando el paquete de medidas del New Deal no cumplió con todos los objetivos que Roosevelt se había propuesto –en parte por errores de ejecución, en parte por la dura resistencia de los sectores liberales ante la sistemática intervención del Estado–, su formulación y puesta en práctica resultó clave para el devenir económico y político del siglo.

En primer lugar, permitió la estabilización de la deteriorada economía estadounidense, estabilización que se convirtió en el primer paso para la reconstrucción de los pilares centrales de su sistema productivo y financiero. Asimismo, sentó las bases de lo que llegará a conocerse como el Estado de Bienestar, un Estado comprometido económicamente con las condiciones de vida de su población –especialmente con la más vulnerable– en áreas tan sensibles como educación, salud y previsión.

Por último, y no menos importante, ayudó a restablecer la confianza de los estadounidenses en el gobierno y en su propio sistema político, la democracia liberal, justo cuando ideologías alternativas comenzaban a tomar fuerza o cobraban nuevo atractivo como consecuencia de la depresión. Mientras algunos países volvían su mirada a la imponente URSS en busca de un modelo social distinto al capitalista, cada vez menos confiable después de la crisis, otros, –como Alemania, Italia y Japón– eran dominados por gobiernos autoritarios, fuertemente nacionalistas y sustentados en el control absoluto de las libertades de los ciudadanos.

El crack del 29 y la Gran Depresión

Profe Diego

CAUSAS QUE PROVOCARON LA CAIDA DE LA BOLSA DE NEW YORK.

Para entender las causas hay que considerar las diferencias que existen entre: economía real (responde a la buena marcha de las empresas, es decir su productividad y aceptación en el mercado) y economía financiera (es la cotización de las acciones de las empresas en la bolsa). Debe existir un equilibrio entre ambas pero no siempre es así y las acciones pueden estar sobrevaloradas debido a la especulación en bolsa: es un medio rápido

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